martes, 31 de julio de 2012







Quien-quiera-que-seas.
Huye.


viernes, 27 de julio de 2012

*.*




















Estás cansado.
Has tenido un duro día de trabajo en la cocina, y ahora caminas por en medio de una solitaria y oscura calle, pensando en la gente jodida.
No ha sido ningún día especial, ninguna fecha memorable.
Ha sido rutinario y tedioso, desgastador.
A pesar de la noche, puedes ver el diminuto aunque acogedor pisito.
El único que hemos podido permitirnos por ahora.
Te metes en el ascensor, como un zombie que no ha probado un cerebro en un mes.
Antes de meter la llave en la cerradura, ya he abierto la puerta.
Me das un beso. 
Rápidamente te quito los trastos de encima y te coloco un pañuelo sobre los ojos.
En lugar de dejarte entrar, te guío con cuidado por la escalera, hacia arriba.
Escuchas el sonido de la puerta de la azotea, y luego el aire en la cara.
Me pongo detrás de ti, y te quito el pañuelo.
Delante de ti aparece una mesa coja y pequeña, con un mantel de hilo y dos sillas.
No es ningún lujo, pero todo está limpio y cuidadosamente colocado.
Hay una bandeja en el centro y dos platos, tapados.
También dos vasos de diferentes vajillas, pero relucientes.
Y justo detrás una botella de cristal rellenada con sangría barata del súper de abajo.
Sabías que hoy era mi día libre y que me tocaba preparar la cena, pero he conseguido sorprenderte.
Tu estomago ronronea, nos sentamos.
Sirves la sangría, esperando a que destape los platos, pero no lo hago.
Sé que estás hambriento, así que alargo el momento para hacerte un poco la puñeta.
Tú no quieres ser descortés, brindas conmigo y esperas pacientemente, conversamos.
Finalmente descubro mi plato.
En él no ves la cena que estabas esperando, sólo mi mando de la xbox.
En tu plato está el tuyo. No entiendes nada.
Yo me río, veo cómo te levantas y descubres la bandeja del centro.
Te he comprado ese videojuego del que llevabas hablando tanto tiempo.
Me ha costado, porque apenas tenemos dinero.
Pero veo cómo se te ilumina la cara con una sonrisa.
Ya no pareces tan cansado, aunque si hambriento.
Cojemos nuestros vasos, y nuestros mandos, y bajamos corriendo.
La cena está puesta en la mesa pequeña, y la consola encendida

No podía esperar más para estar contigo.


jueves, 26 de julio de 2012



Coge tu corazón con una mano.
Arráncalo de tu pecho, y sostenlo firme.


Aunque duela.
Aunque queme.
Aunque pese.







martes, 24 de julio de 2012

Conversaciones entre mi habitación y la cocina



- Má, no encuentro los calcetines...
- Pues búscalos mejor.
- Ya he buscado, y no aparecen.
- ¿Has mirado en su sitio?
- Si, pero no están...
-¿A que voy yo y los encuentro?

Puedo escuchar los pasos ágiles acercándose por el pasillo.
Tiemblo.
Ella no entra; irrumpe en mi habitación. Porque ella es la reina de la casa, su casa.
Me interpongo instintivamente entre la mesilla de noche y su persona.
Primero me fulmina con la mirada, y luego me aparta como el que busca algo en la nevera y le estorba el bote de ketchup. Tiemblo más. Ya es imparable.
Coloca sus dedos en el borde del cajón, y tira de él.
No se me ocurre otro modo de reaccionar que tirar al suelo una figurilla del estante. "sin querer".
Todo el suelo se llena de esquirlas y polvo blanco del yeso hecho trizas.
Me mira con los ojos como platos.
Sale a paso rápido de allí, dejando olvidado el cajón a medio abrir.
Corro hacia la habitación de mi hermana, y le robo unos calcetines.
Vuelvo al punto de partida justo antes de que me vea, y llega con la escoba y el recogedor.
Le enseño los calcetines en mi mano,  suspira y dice algo entre dientes.
Deja allí la escoba, y vuelve a la cocina.

Entonces cojo mi vieja mochila, la vacío sobre la cama, y vierto el contenido del cajón dentro de ella.
Empiezan a caer librillos de papel, mecheros, tabaco, piedrecitas de polen, la cinta métrica, la libreta de intakes y la de calorías, y doscientas chocolatinas con el envoltorio todavía intacto.
También ciertas fotos que nadie debería nunca ver, y un par de cartas que conservo de los viejos tiempos, donde se expresa con total claridad las tardes de skate y alcohol en el parque.
Un diario sin llave que escribí en mi peor época.
Un polvorón de a saber qué año.
Una caja de condones medio llena.
La merienda de ayer. Y la de antes de ayer, envueltas en papel de plata.
 Parte de la cena de anoche y una manzana que en algun momento se encabezonó en que me comiera, metidos a presión en un tupper were que tengo de emergencias.
Finalmente, los calcetines.

Una vez más, no se cómo, estoy a salvo.
Así pasé los años de instituto.
Sin saber cómo.

domingo, 22 de julio de 2012

miércoles, 18 de julio de 2012

Que alguien me lo saque de la cabeza.
De las entrañas.
De la sangre.
Pero quitádmelo, por dios...!

domingo, 15 de julio de 2012

de nuevo

En momentos de lucidez me veo sola y gritando desconsolada:

"¿¡ Pero qué coño estás haciendo loca histérica!?"

Estoy extremadamente enfadada.
Terriblemente hundida. 
Profundamente herida.

"Levanta tu puta cabeza, y mira de una jodida vez lo que tienes delante."

¿En qué punto de mi vida me volví loca?
Debí verlo venir.

Ahora estoy desnuda, en el baño más iluminado del puto universo, 
tratando de entender quién es la desconocida que habita tras el cristal.
Tratando de encontrar en mi memoria el momento preciso en que me cegó mi imagen, y dejé de ver.
Intentando por todos los medios recuperar un instante almacenado en mi mente que me de una pista de cómo era antes de olvidarme de mi misma.

"YA NO EXISTES!"

Pero todavía quedan despojos.
Puedo verlos, están ahí. 

Todavía no es suficiente.
Más.

Quiero más.

Puedo más.

Lo necesito.


Debería de poder ser lo suficientemente infantil como para reírme de mí misma en ésta situación.
O lo suficientemente adulta como para asumir que, después de todo, no puedo atravesar la noche.

Es como si tuviese mi estómago en una mano,  
mi corazón en la otra, y, 
sencillamente, 
no pudiese discernir entre ambos.

"Estúpida."

En realidad es mejor así.
No se debe querer a cosas como yo.
Lo sé. Soy mala. Hago daño. Duelo.
Aprendí la lección.

Araño el espejo, pero le da igual. 
Sigue sintonizando el mismo canal, el de la loca desquiciada.

"Respira!"

Respiro.
Repaso la lista; pasan frente a mis ojos cada una de las onzas de chocolate, el helado, las galletas y la manzana. Ah! y el yogur. Tambien un trozo de sandia. Y claro, las cinco gominolas. 
Sin olvidar el zumo de naranja.
Ahora me arrepiento de eso.
El zumo escuece, es demasiado ácido.
El chocolate pesa demasiado, no sale. Duele. Se pega a las paredes del estomago...

Sigo por un minuto repasando por qué no debería haberlo hecho, como un niño que escribe en la pizarra una y otra vez la misma frase, y sigue siendo castigado por el mismo crimen.

"Se acaba el tiempo" dice.

Cada minuto cuenta.
Si supera la hora, tendré un problema.

"A" lo llamaba "Etcétera".
Decía: "Uf, qué bien he comido... en fin, me voy a... *etcétera*" y se escurría como una culebrilla por la puerta entreabierta del baño.
Después iba yo.
Después nos reíamos.

Enderezo de nuevo mi espalda, bebo agua.
Pasa un rato hasta que puedo volver a hinchar mis pulmones y abrir los ojos. 
Nada grave, pura rutina.

Ya no la escucho. 
Es justo el momento más tranquilo del día, mi mente se calla.
Como si fuese espectadora de un milagro cada vez.
Bendecida con el raro regalo del silencio.

Abro los ojos de nuevo.

"Ah, ahí estás. Qué susto, no te veía."

En realidad no estoy segura de alegrarme por haber vuelto.

miércoles, 11 de julio de 2012


Llega implacable y se sienta.

Creo que no sabe que hay un suelo debajo de sus pies, jamás la he visto mirar abajo.
Con el cuello muy estirado y las piernas cruzadas, permanece estática y en silencio.
A cada "tic" del reloj arquea un poco más las cejas.
Por un momento pienso que se le van a salir de la frente.
Me mira como si fuese un trapo sucio y arrugado tirado casualmente en la silla que tiene frente a si, y que enturbia la perfectamente elegida y cara decoración del lugar.
Leo su nombre escrito en una chapa dorada que ha colgado de su bata blanca.
Detrás de ella un esqueleto de plástico al que le falta un brazo se rie de la situación conmigo.
Veo montones de pastillas y agujas a través de los cristales de los armaritos en la pared.
"¿hoy tampoco emitimos sonido alguno, eh?" dice con superioridad.
Empieza a escribir con lápiz algo en su cuaderno.
Tiene un trabajo elegante, un gran sueldo, un coche caro, una casa enorme a las afueras, una casa en la playa, y tiempo libre.
Yo le sirvo para recordarle todo eso, por el contraste.
El problema es que también le recuerdo que tiene ya cuarenta y tantos.
Levanta la mirada, me taladra con esos diminutos ojos verdes y vuelve a escribir.
De pronto oigo un "click" y el sonido del lápiz cesa.
Una arruga escapa de su quirúrgicamente estirada frente y se coloca en su entrecejo.
Resopla con ira reprimida.
Clava su mirada en mi, mientras se estira para alcanzar un sacapuntas.
Sin previo aviso, uno de los tornillos de la cómoda silla sobre la que se asienta su amargado culo, sale disparado y la silla se desmonta, haciendo caer a la psicóloga estrepitosamente contra el suelo, dejandome al descubierto unas bragas de mercadillo estampadas de líneas que antaño debieron ser azules y rosas.
La imagen es tan grotesca que soy incapaz de articular risa alguna.
Rápidamente se levanta y se arregla la falda compulsivamente.
Con las greñas por la cara grita ofendida "¿ahora sí tienes algo que decir?!"
Sonrío.
"La próxima vez debería usted utilizar un bolígrafo."

sábado, 7 de julio de 2012



otra vez odiando despertar
y calzar los mismos zapatos rotos,
y vestir la misma sonrisa,
que me recuerda mas a ti que a mi.

Entonces las calles se ven estrechas y la distancia es más
que espacio o agonía...

Justice.