lunes, 5 de enero de 2015

Y allí que estamos, interpretando la pantomima de siempre.
Delante de un café (no lo suficientemente cargado) 
y el tipo que parlotea.

La peor parte del trabajo, con infinita diferencia.
Afablemente le asiento con la cabeza, soy cordial.
Le miro a los ojos y le voy siguiendo el hilo vagamente.
Seguramente piensa que soy callada y educada,
quizá hasta crea que soy tímida.

Pero en realidad*
estoy jodidamente lejos de allí, 
corriendo por los tejados, esquivando las chimeneas,
asustando a gatos y pájaros que huyen despavoridos.
Soltando tejas a cada paso, que se precipitan al vacío
y aplastan los cráneos de los aburridos transeúntes
y hacen sonar las alarmas de los coches destrozados,
casi imperceptible desde el atronador sonido del viento 
ensordeciéndome los oídos como un huracán.

Me columpio de los cables y las antenas,
dejando abandonados todo rastro de feminidad o compostura.
Volviendo a algo que debí olvidar hace tiempo,
casi siendo salvaje de nuevo,  
un animal que baila alegremente por las repisas,
desde donde se ve todo, 
menos el miedo.

Y entonces te das cuenta de que el cliente te mira raro,
y el café se ha quedado frío,
y ese asqueroso cigarro que te has encendido
para no fumarte un porro gigante en su cara
se ha consumido hace rato. 

Y a lo mejor, 
sales del paso con una de tus recurrentes frases
pero luego no sabes qué coño tienes que dibujar
porque mientras te hablaban del tatu 
estabas gilipollas. 

Un aplauso, 
querida.




1 comentario:

escupe.