miércoles, 29 de julio de 2015

Despierto y tengo los labios agrietados, la piel tirante y una sensación como de tierra en los ojos. 
Miro alrededor y empiezo a ver pequeños destellos de colores que nacen de mis retinas; mareo. 
Intento levantarme y las rodillas me fallan, me voy al suelo, dos veces. 
Llego hasta el lavabo arrastrándome por las paredes, es como si mi peso se duplicara por segundos.
Me miro en el espejo y veo profundas y oscuras ojeras dibujando la expresión de mi insomnio.
Veo desgaste, erosión y decadencia. Algo roto. Me lavo la cara pero nada borra eso. 
No se cómo consigo llegar hasta el sofá y caigo desplomada. 
Antes de que pueda comprobar la agenda del día, un sonido gutural inunda el salón; mi estómago.
De pronto una ola de lava fundida a miles de grados sube por mi esófago y me retuerce de dolor.
Me hago bola y permanezco inmóvil durante largos minutos, parezco morir.
Estoy deshidratada y descompuesta, soy esclava del hambre, merezco morir.
Abro los ojos y veo cómo mis extremidades se convulsionan, tratando de aferrarse entre sí con extrema tensión pero con escaso resultado. Me cuesta respirar; un frío artificial y sobrehumano me recorre la superficie de todo el cuerpo, poniéndome la piel de gallina y contrastando el ardor mortal que me corroe todo el sistema digestivo. 
Y sólo llevo siete de los doce días que pretendía ayunar.
Si pudiese ponerme de pie iría hasta la cocina y me apuñalaría con el primer cuchillo que alcanzase.

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escupe.