En momentos de lucidez me veo sola y gritando desconsolada:
"¿¡ Pero qué coño estás haciendo loca histérica!?"
Estoy extremadamente enfadada.
Terriblemente hundida.
Profundamente herida.
"Levanta tu puta cabeza, y mira de una jodida vez lo que tienes delante."
¿En qué punto de mi vida me volví loca?
Debí verlo venir.
Ahora estoy desnuda, en el baño más iluminado del puto universo,
tratando de entender quién es la desconocida que habita tras el cristal.
Tratando de encontrar en mi memoria el momento preciso en que me cegó mi imagen, y dejé de ver.
Intentando por todos los medios recuperar un instante almacenado en mi mente que me de una pista de cómo era antes de olvidarme de mi misma.
"YA NO EXISTES!"
Pero todavía quedan despojos.
Puedo verlos, están ahí.
Todavía no es suficiente.
Más.
Quiero más.
Puedo más.
Lo necesito.
Debería de poder ser lo suficientemente infantil como para reírme de mí misma en ésta situación.
O lo suficientemente adulta como para asumir que, después de todo, no puedo atravesar la noche.
Es como si tuviese mi estómago en una mano,
mi corazón en la otra, y,
sencillamente,
no pudiese discernir entre ambos.
"Estúpida."
En realidad es mejor así.
No se debe querer a cosas como yo.
Lo sé. Soy mala. Hago daño. Duelo.
Aprendí la lección.
Araño el espejo, pero le da igual.
Sigue sintonizando el mismo canal, el de la loca desquiciada.
"Respira!"
Respiro.
Repaso la lista; pasan frente a mis ojos cada una de las onzas de chocolate, el helado, las galletas y la manzana. Ah! y el yogur. Tambien un trozo de sandia. Y claro, las cinco gominolas.
Sin olvidar el zumo de naranja.
Ahora me arrepiento de eso.
El zumo escuece, es demasiado ácido.
El chocolate pesa demasiado, no sale. Duele. Se pega a las paredes del estomago...
Sigo por un minuto repasando por qué no debería haberlo hecho, como un niño que escribe en la pizarra una y otra vez la misma frase, y sigue siendo castigado por el mismo crimen.
"Se acaba el tiempo" dice.
Cada minuto cuenta.
Si supera la hora, tendré un problema.
"A" lo llamaba "Etcétera".
Decía: "Uf, qué bien he comido... en fin, me voy a... *etcétera*" y se escurría como una culebrilla por la puerta entreabierta del baño.
Después iba yo.
Después nos reíamos.
Enderezo de nuevo mi espalda, bebo agua.
Pasa un rato hasta que puedo volver a hinchar mis pulmones y abrir los ojos.
Nada grave, pura rutina.
Ya no la escucho.
Es justo el momento más tranquilo del día, mi mente se calla.
Como si fuese espectadora de un milagro cada vez.
Bendecida con el raro regalo del silencio.
Abro los ojos de nuevo.
"Ah, ahí estás. Qué susto, no te veía."
En realidad no estoy segura de alegrarme por haber vuelto.
"En realidad es mejor así.
ResponderEliminarNo se debe querer a cosas como yo.
Lo sé. Soy mala. Hago daño. Duelo.
Aprendí la lección."
Me es familiar...
Desgarrador.
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