Resulta emocionante vivir al límite.

Muchos días transcurren en la anhedonia,

pero incluso en ésos, puedo sentir 

el acecho del vacío en la oscuridad,

permaneciendo latente,

como un pulso,

un latido

que marca la cuenta regresiva

del próximo traspiés hacia el abismo. 

¿Será hoy?

¿Será mañana?

¿Caeré del todo esta vez,

por fin?

¿Tendré cojones...

de hacerlo?

¿Cómo puede dar miedo 

aquello cuya simple idea

produce alivio? 

Sería bonito

que alguien me atropellase 

e hiciera el trabajo sucio por mí.

Sería bonito morir sin darse cuenta.

Despojando de todo sentido 

a todo lo ya vivido. 

Porque seamos honestos,

al final sólo se suicida 

quien ha intentado

buscarle sentido a la vida.

Ya hay que ser gilipollas.

Joder, 

rozar la cumbre

de la idiotez.

Y sí soy.

 Sin importar 

qué tan mierda sea tu vida,

recuerda

que por unas horas,

fue mejor 

que la de 

Cinco malditos 

multimillonarios.

A veces siento que soy

una jodida enfermedad 

abriéndose paso por tu cuerpo. 

Como una corrupción

que se extiende vertiginosamente, 

invadiendo cada célula razonable de tu ser

y destruyéndolas a todas por completo.

Puedo ver cómo avanza.

Poco a poco 

vas mutando en otra cosa.

Una diferente.

Y me preocupa.

Siento que a este ritmo

pronto ya no quedará nada de ti.

-De lo que eras.-

Juro que estoy intentando 

evitar, por todos los medios, 

que ésto haga metástasis.

Pero en este punto 

te noto tan débil...

que me da miedo 

que la única posible cura 

que se me ocurre,

te acabe matando.

 -¿Te gusta la soledad?-

Preguntó ella, 

apoyándose las mejillas en las manos.

- Viajas solo, comes solo, 

te sientas en el aula aparte de los demás...

- No me gusta la soledad. 

Es que, no hago conocidos innecesarios.

No quiero que la gente me decepcione.

Haruki Murakami

"Tokio Blues"