Me he acostumbrado.
Al frío,
al hambre,
a la soledad.
Me he acostumbrado
a que nadie me comprenda,
a mirar alrededor
sin conectar con la realidad,
sin encontrar un semejante,
desde un faro de piedra.
Me he acostumbrado
a todos los tipos de sufrimiento.
A ver venir una avalancha de mierda
desde mil kilómetros de distancia
y que aún así me alcance.
Me he acostumbrado a preguntarme
por dónde vendrá la siguiente hostia,
sin dudar ni por un instante
qué vendrá,
y pronto.
Vienen de seguido,
fluyendo por esta absurda
cascada de miseria.
Me he acostumbrado
porque es lo normal,
porque así es la(mi) vida,
y la única manera de salir
es morir.
Creo - sospecho -
que no todas las vidas son miserables.
Y que no vale la pena
relatar mis perpetuas desventuras
porque se follan al surrealismo
hasta cimas inverosímiles
que nadie creería.
Pero podéis creerme cuando digo
que me queda poco,
la costumbre me ha consumido.