Vomito,
y vienen a mí mente imágenes.
Escenas de personas que he conocido.
Situaciones que he vivido.
Palabras.
Colores.
Sin que yo tenga voluntad sobre ellas
o ningún tipo de control.
Esta mañana podía ver nítidamente
a Cala vomitando en el descampado,
a las tantas de la madrugada,
con una botella de cerveza en la mano
y las canciones de nuestros amigos borrachos
a lo lejos.
Como si me hubiese transportado
a aquel lejano fin de semana
y estuviese reviviendo ese momento de nuevo.
Yo estaba ahí agachada, frente a la taza,
escupiendo el café y las tostadas de esta mañana,
y en mi cabeza sólo veía a Cala
riéndose conmigo y gritando a los cuatro vientos
que íbamos a ser invencibles.
Que los locos eran ellos.
Que seríamos las mejores
y nunca nadie
nos volvería a pasar por encima.
Luego me vienen recuerdos difusos,
imágenes del baño del local.
Me veo agachada frente al WC
mientras Cala sostiene la puerta
y parlotea sobre el camarero.
También una imagen de una mesa,
con unas seis personas sentadas junto a mí.
Conversan, ríen, cantan, está oscuro.
Un chaval con cara de inocente
que está sentado a mi lado
bebe algo de un vaso de plástico
y me pregunta mi nombre.
Termino de vomitar mi desayuno
y todo se desvanece.
Como un recuerdo que casi es un sueño.
Ya no hay imágenes.
Ni respuestas.
Ni Cala riendo.
Ni gente cantando.
Joder, estoy tan enferma...
de mirar en el puto espejo.
Ya no hay desayuno.
Creo...
creo que teníamos unos quince.