Estás cansado.
Has tenido un duro día de trabajo en la cocina, y ahora caminas por en medio de una solitaria y oscura calle, pensando en la gente jodida.
No ha sido ningún día especial, ninguna fecha memorable.
Ha sido rutinario y tedioso, desgastador.
A pesar de la noche, puedes ver el diminuto aunque acogedor pisito.
El único que hemos podido permitirnos por ahora.
Te metes en el ascensor, como un zombie que no ha probado un cerebro en un mes.
Antes de meter la llave en la cerradura, ya he abierto la puerta.
Me das un beso.
Rápidamente te quito los trastos de encima y te coloco un pañuelo sobre los ojos.
En lugar de dejarte entrar, te guío con cuidado por la escalera, hacia arriba.
Escuchas el sonido de la puerta de la azotea, y luego el aire en la cara.
Me pongo detrás de ti, y te quito el pañuelo.
Delante de ti aparece una mesa coja y pequeña, con un mantel de hilo y dos sillas.
No es ningún lujo, pero todo está limpio y cuidadosamente colocado.
Hay una bandeja en el centro y dos platos, tapados.
También dos vasos de diferentes vajillas, pero relucientes.
Y justo detrás una botella de cristal rellenada con sangría barata del súper de abajo.
Sabías que hoy era mi día libre y que me tocaba preparar la cena, pero he conseguido sorprenderte.
Tu estomago ronronea, nos sentamos.
Sirves la sangría, esperando a que destape los platos, pero no lo hago.
Sé que estás hambriento, así que alargo el momento para hacerte un poco la puñeta.
Tú no quieres ser descortés, brindas conmigo y esperas pacientemente, conversamos.
Finalmente descubro mi plato.
En él no ves la cena que estabas esperando, sólo mi mando de la xbox.
En tu plato está el tuyo. No entiendes nada.
Yo me río, veo cómo te levantas y descubres la bandeja del centro.
Te he comprado ese videojuego del que llevabas hablando tanto tiempo.
Me ha costado, porque apenas tenemos dinero.
Pero veo cómo se te ilumina la cara con una sonrisa.
Ya no pareces tan cansado, aunque si hambriento.
Cojemos nuestros vasos, y nuestros mandos, y bajamos corriendo.
La cena está puesta en la mesa pequeña, y la consola encendida
No podía esperar más para estar contigo.