Estoy sufriendo una muerte neuronal acelerada; me fumo mi yerba, mis vida, mis ganas.
Me fumo el espacio libre que hay a mi alrededor, el hueco de la habitación, el vacío.
La figura en negativo que dibujan las formas de los muebles y las paredes, incluso yo misma.
Me fumo la sustancia invisible que me rodea para que ni el aire pueda tocarme, y no sentir nada.
Para experimentar la inexistencia, alcanzar la insensibilidad.
Con los sentidos entumecidos observo la pantalla encendida.
Se me antoja lejana, de alguna manera las distancias se han estirado y han densificado el tiempo.
Hay sintonizado un canal yanki, concursos de belleza de niñas de 6 a 9 años.
Realmente no estoy prestando atención, pero intuyo las voces.
Alguien pregunta a las niñas por qué quieren ganar el premio.
Con cierto tono de asombro escucho las respuestas pasar frente a mí.
Todas las niñas están de acuerdo en que quieren un teléfono móvil.
Apenas siento mis dedos, pero siento el asco, asco inmensurable.
Estoy a punto de cometer suicidio cerebral matando mi última neurona sana,
cuando en la pantalla aparece una niña rechonchita, de cara redonda y sonriente,
y con pasmosa confianza, extrañamente ajena a todo lo demás y haciendo frente a toda lógica,
dice: "Pues yo quiero ganar los mil dólares porque quiero una vaca."
Algo, no se el qué, se ha activado en mi cabeza por un instante.
Me lanzo una mirada cómplice a mí misma y deseo con todas mis fuerzas que gane la niña gordita.
Entonces soy consciente de que esa niña nunca tendrá su vaca, y me da igual. Que se joda.
En el carnet de conducir de tus otras personalidades pone que vives en el espejo.*