Vuelve a resurgir ese sentimiento nefasto que a veces me visita durante largos días; caigo de nuevo en ese estado catatónico con el que mi mente se regodea en la clara visión de mi muerte.
Nunca pienso en mi funeral, no me gustaría tener uno: he presenciado más que bodas o bautizos.
No se cuándo empecé a pensar que aquello de los funerales es cosa de los vivos, para ellos, y de alguna manera la idea de dejar mi cadáver oculto en el fondo de algún precipicio o siendo vapuleado por las corrientes marinas me otorga mucha más paz que imaginar un grupo de personas embutidas juntas frente a un ataúd, como soldados en una trinchera. Personas que nunca me conocieron de verdad ni me entendieron, a las que yo no conozco ni comprendo. Gente que no quiere estar ahí, ni yo quiero que estén...¡y en una iglesia, nada menos! Sospecho que no hay forma de morirse hoy en día sin pasar por uno de éstos templos erigidos a la ignorancia y a la irónica celebración del control de las masas, ¡montañas de venenoso estiércol con un pésimo disfraz de cordero...! Hasta la muerte nos tienen que arrebatar...¡malditos! yo os maldigo a todos aquí y ahora.
Quisiera pintar de fuego las paredes de cada templo, de punta a punta de la circunferencia de nuestro planeta; desintegrar cada grupo de humanos lo suficientemente grande como para ser considerado "masa" y dar un instrumento musical a cada individuo que quede vivo.
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escupe.