La vida, a grandes rasgos, no me interesa.
No hay nada en su catálogo de experiencias
que me atraiga o no me de náuseas.
Nada que me haga desear
levantarme por las mañanas.
Nada que me impulse a seguir adelante.
Sólo inercia, empujando montañas de desidia.
No me gusta la gente.
Si eres humano, no te soporto.
-No es tu culpa.
O quizá sí.
Y no me importa,
ni voy a hacer nada por cambiarlo.
¿Crees que debería esforzarme más?
Ya lo intenté, lo intenté mucho.
Y no conseguí más que lecciones y castigo.
Cuanto aprendí, es que me quiero lejos.
Lejos de todos vosotros
y del mundo que habéis construido.
En tres décadas no he conseguido adaptarme.
-Está bien, es culpa mía.-
Pero mejor, porque, de todos modos,
a vuestro rebaño le sobran
unas cuantas ovejas negras,
y sé que celebráis nuestra marcha.
No os gustan los agentes del caos,
ni las ideas disruptivas cuando escalan.
El individualismo nunca tuvo cabida en la tribu,
y la tribu te absorbe y te digiere,
o te mastica y te escupe.
Seres gregarios secuestrados
por su código genético.
Y no digo que yo sea mejor,
no me malentendáis.
Soy sólo una rata apestosa y rabiosa
vomitando bilis desde su oscura alcantarilla.
La última mierda.
Y desde ahí arriba, donde hay luz,
seguro que parecéis todos muy guapos,
pero desde aquí abajo os aseguro
que puedo veros las bragas sucias a todos.
Nunca pudisteis engañarme.
Siempre me dió igual vuestro maquillaje.
Sabed que no se puede disimular
la putrefacción.