martes, 14 de agosto de 2012


Viene con una sonrisa en la cara.

Desde arriba puedo ver cómo sube la escalera.

"Bienvenido a la humilde morada de mis padres. No están, y si preguntan, tú no has estado tampoco."

Me regala una amplia sonrisa que le achina un poco los ojos y le dibuja una línea suave al lado de la nariz.
Es una sonrisa perfecta y llena de dientes maliciosos. 

Me encanta.

Subimos a la terraza; en menos de un minuto hemos dispuesto vasos y cerveza, cenicero y mecheros, y nos sentamos donde siempre, apoyados en la pared debajo de la ventana.

Durante un rato hacemos el tonto y reímos a pleno pulmón.  

Luego me cuenta que está en paro, y que está escribiendo una novela para no morir de aburrimiento. 
(Le pillo lanzando una discreta mirada a mi escote)
Que hace ya mucho que superó la ruptura con su chica. 
(Rozo "sin querer" mi mano con su pierna, cogiendo el mechero)
Que da clases de baloncesto a unos críos.
(Aprovecha que tengo las manos ocupadas para apartarme el pelo de la cara)
Que qué guapa estoy, cuánto peso he perdido desde la última vez que nos vimos.
(Me da la risa tonta y le vacilo para cambiar rápidamente de tema)

Le paso el peta. Él fuma dando largas y profundas caladas, en silencio. 
Cuando lo hace no me mira, se evade dentro de su cabeza por un instante. 
A veces me pilla mirándole y me pone alguna cara "terrorífica" o absurda para hacerme reír y que no me entre el pánico.
Lo consigue, siempre. 
Y ahí acaba todo. 

Él tiene la facilidad de hacerme reír de un modo completamente sincero. 
El problema es que nos hemos visto llorar tantas veces...
Sabemos demasiado el uno del otro. 


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escupe.