jueves, 3 de septiembre de 2015

La resina pegajosa de aquel cogollo se me adhería a la punta de los dedos mientras trataba de llevar a cabo la ardua tarea de liar aquel fino papel sin romperlo. Se asemejaba al polvo de oro, brillaba con luz natural como el engaste de una joya preciosa... durante un largo minuto me quedé absorta. 
Al término de éste escuché cómo se aclaraba la garganta a mi derecha el único al que alguna vez me atrevería a describir como mi amigo, (siendo yo una escéptica de éste termino, una cínica condenada a estallar en terribles carcajadas ante la visión de quienes, en caliente debate, lo defienden.) 
No, la amistad no existe. Mucho menos los "amigos". No importa, yo seguía en mi mundo.
Me dio fuego con la expresión en la cara de quien observa un urobro; mitad tristeza y asombro, mitad repugnancia. Le entendía. Desde la última vez que me vio estaba muy desmejorada. 
Percibí que no se atrevía a decir nada, así que rompí el silencio:
- ¿Qué te pica? - Dudó un segundo. Tras un trago a la cerveza perdió la vista en los tejados y abrió la boca: Nada, simplemente tengo la sensación de que eres mas tú que nunca. -La respuesta me dejó boquiabierta, cuando ya creía que nada podía sorprenderme. 
- ¿Y eso es malo?- Se levantó del suelo de la azotea y escaló por la ventana hasta el tejado. Luego me tendió la mano y me ayudó a subir, nos tumbamos sobre las tejas contemplando una cegadora puesta de sol, de las de nubes rosas y naranjas, con cientos de golondrinas surcando el cielo. 
Dio una larga y profunda calada: 
- Eres destructiva e imparable, ¿entiendes?
- ¿Entender qué?
- Pues que ahora eres más destructiva e imparable que nunca.
- Un brindis por eso.


2 comentarios:

escupe.