Terminas tarde de currar.
No cenas. No has comido.
Ha sido un día largo.
Te pones un café
y te desplomas en el sofá,
mientras escuchas el ajetreo
de las familias terminando de cenar
y hueles cada maldito plato
colándose por la ventana
hasta tu maldita hambrienta alma.
Un par de horas más tarde despiertas,
todavía vestida,
todavía cansada,
en mitad de la madrugada.
Son el silencio y la oscuridad llamando.
Te avisan de que todos han desaparecido ya,
y por fin es seguro existir.
Ojerosa,
me quito las zapatillas
y observo el café que no me tomé,
frío sobre la mesa.
Arropada por la luz de un portátil
que necesita un reseteo tanto como yo,
localizo el mechero.
Y es perfecto.
Un segundo de existencia
jodidamente perfecto.
Ojalá no volviera a amanecer nunca,
y todos os muriéseis de una vez.