lunes, 11 de noviembre de 2024

Valencia, 
una de las avenidas principales.
Trafico colapsado, atascos, 
carreteras cortadas. 

Estoy en una parada de autobús superpoblada 
de gente esperando a autobuses 
tan cargados que ni paran.
El conductor nos mira mientras pasa de largo.

Una hora y pico, allí. 
Alrededor de 50 personas esperando.
Ya estaba tan desesperada que saco un cigarro.
Mi cara debe de ser un verdadero poema, 
porque veo a un chico de mi edad a unos metros
que se ríe al verme encenderlo a resoplidos. 

Se acerca decidido hacia mí, 
pienso que va a pedirme un piti.
Pero no. 
Me pregunta a dónde voy. 
Mi mirada debe ser tan hostil y de desconcierto 
que se apresura a decirme hacia dónde va él,
y me pregunta cuántos autobuses han pasado. 

La desoladora respuesta es 5, 
pero ninguno ha parado.

Le veo igual de hecho mierda que yo,
así que respondo a su pregunta,
le digo que voy en la misma dirección que él. 

Me pregunta si quiero compartir un taxi. 

Antes de darme cuenta, 
estábamos gritando al rebaño 
si alguien más quería compartir taxi.
Una chica, también de nuestra edad,
se abre paso entre la multitud 
y los tres desconocidos paramos un taxi, 
una calle más allá. 

Juro por Cthulu que no sé cómo
hemos empezado a hablar
como si fuéramos amigos de toda la vida. 
El taxista incluido, por supuesto. 
La siguiente media hora ha sido
despotricando sin ningún tipo de filtro
y cagándonos en todo lo cagable 
hasta los cojones de todo y todos. 
Los cuatro.

No sé nada de ellos, ni conozco sus nombres.
Perfectos anónimos sin nada más en común 
que un odio visceral y descomunal 
saliendo de cada uno de nuestros poros
a borbotones y sin control. 

Todos de acuerdo en el odio de todos,
odiando en la misma dirección y sin colores,
intensamente, casi fraternalmente. 

Ha sido como un vínculo fugaz,
una conexión extraña.

El chico ni siquiera nos ha dejado pagar,
creo que necesitaba tanto desahogarse
y le ha sentado tan bien
que yo qué sé, no tengo ni idea. 

Nos hemos despedido 
y cada uno ha seguido su camino.

Ni siquiera había compartido taxi antes
con un desconocido.

No sé, ha sido... raro.
El odio une, supongo.









jueves, 7 de noviembre de 2024

 <<Yo no amo a nadie y no quiero nada,
excepto la soledad y reposo,
reposo y muerte o como se llame eso
donde ya nadie molesta, no te nombra,
ni viene tarde o temprano. 
                                            Estoy cansado.
[...] 
Me he quedado sólo y no amo a nadie:
No amo ni siquiera los recuerdos
y los escribo para librarme de ellos.>>

Leonid Andréiev   |  El abismo






miércoles, 6 de noviembre de 2024

Actualización de la situación.
(Porque total, no tengo curro pero sí tiempo)

He estado toda la mañana en Aldaya. 
Me he cruzado con varios militares,
(contados con los dedos de una mano).
Hay helicópteros de la guardia civil 
sobrevolando la zona todo el rato. 
Algún que otro camión de emergencias,
y varios tractores pequeños moviendo barro.
Sirenas, sirenas todo el rato en la lejanía.
Muchísimos civiles caminando por las calles,
limpiando y cargando bultos de un lado a otro.
Gente haciendo cola para conseguir 
agua potable y comida.
Parece un hormiguero humano.

Ya me preguntaba por la presencia policial
cuando me he topado con unos cuarenta,
girando una esquina.
Apiñados a las puertas de un garaje,
bastante consternados. 
Olía a muerte y, a pesar de la multitud,
reinaba el silencio. 

Un kilómetro más allá,
me he cruzado con una señorita muy limpia
que paseaba un enorme golden retriever,
dorado y resplandeciente. 
El perrete, sonriente y ajeno al caos,
ha meado tranquilamente en una farola,
y su dueña, muy cívicamente,
ha sacado una botellita de agua de su bolso
y la ha tirado sobre la meada de su perro
para limpiar la farola. 
Una farola completamente llena de barro,
en una calle semi-inundada 
y amontonada de escombros. 

Luego ha seguido con su paseo como si nada. 

No sé cómo interpretarlo. 
Me rompe el cerebro. 
El ser humano es fascinante. 



martes, 5 de noviembre de 2024

Bitácora de la catástrofe.

Dia...creo que 5. Puede que 6.
No sé, el caos densifica el tiempo.

A los que estáis acudiendo desde fuera
a los medios oficiales como la televisión 
para informaros de lo que pasa en Valencia,
os aviso de que os están mintiendo. 

Podéis creeros el relato 
con el que más cómodos os sintáis,
pero os aseguro que los muertos son miles.
No paran de sacar cadáveres de los garajes.

El hedor a muerte se mezcla en las calles
con el de la basura que se amontona
tras días sin que nadie venga a recogerla
y que se va sumando a los escombros.
Ningún servicio cualquiera del ayuntamiento
se ha dignado a presentarse desde la tormenta,
incluso en zonas como la mía 
donde hay acceso y caminos despejados. 
La policía sólo está para joder,
y no veréis a ninguno con el uniforme sucio. 

Las ayudas donadas que envían no llegan.
Protección Civil está desviando los camiones 
a naves privadas donde sólo almacenan
la maquinaria de valor, que no están usando,
y tiran la ropa y la comida. 

Se sigue negando la ayuda de los voluntarios,
que vienen a pie sorteando a las autoridades
que tratan de detenerlos y hasta los multan.
No quieren que vengan, aunque hacen falta. 
Es surrealista.

Los civiles se han organizado esta tarde 
para que los recursos lleguen a la gente.
Han comenzado a llevar los camiones
con los recursos que la gente ha donado
a las casas falleras, a modo de almacén,
porque todo lo que llega al ayuntamiento 
o a cualquier tipo de autoridad,
se desvanece en la nada
y no llega a ningún sitio.
(No donéis nada, ni enviéis nada,
por ningún medio del Estado. 
Tampoco a ninguna ONG.)

Mañana empezarán a repartirlo por las calles,
directamente desde los camiones,
a megafonazo, los civiles. 
Porque es la única manera.

Hay embalses distribuyendo
agua contaminada a una población 
que está respirando putrefacción.
La epidemia está a la vuelta de la esquina,
los comercios vacíos, las ratas por las calles.
No hay cojones a salir por la noche,
entre los robos, los asaltos, los gritos...
la jungla. 

Al menos se aseguraron de arreglar la red,
para que los medios pudiesen retransmitir
la visita de los políticos y los reyes
que nadie pidió. 

No os preocupéis,
que la policía se llevó los coches 
de los voluntarios que había allí ayudando,
para que sus majestades tuviesen
el camino despejado a su llegada. 
Esos coches acabaron en un almacén,
a varios kilómetros y con su respectiva multa. 
(¿Eso lo dijeron en las noticias?)

Sí que había grúas para eso.
Para despejar los caminos y las casas, 
para ayudar a la gente atrapada, no tanto.
Y luego dicen que es la extrema derecha 
la que tira barro a sus majestades. 
No el pueblo, indignado y abandonado.
Claro. Me parto. 

Os aseguro que este caos es inédito
y la mierda repetitiva que vomitan las noticias
no llega ni a versión edulcorada de la realidad.

En fin, seguiré informando desde la zona cero,
mientras busco en Google cómo hacer
una pistola casera de autodefensa.
No sea que me cruce con un político o un rey. 
Esa peña es peligrosa y da miedo. 




Por favor, dadle todos 
un fuerte aplauso a Pablo.

Vosotros no lo conocéis, 
pero Pablo se ha cruzado hoy toda Valencia,
ha atravesado barro y escombros,
ha escapado de la policía y del ejército,
prácticamente ha nadado entre cadáveres,
para llegar a tiempo a su cita para tatuarse,
a pesar de que le dije que no lo hiciera. 

Y no sólo eso, sino que ha llegado 
diez minutos antes de tiempo. 
Maldito cabrón tenaz xd. 

Es la única persona de mi agenda
que no ha cancelado su cita este mes. 
Gracias a él, podré fumar estos días. 

Gracias Pablo, te queremos. 

Sé que cuando estalle la tercera guerra mundial,
tú seguirás ahí, 
pidiéndome cita para pincharte.  

Siendo la eterna constante
en este mundo caótico y absurdo...
hasta que ya no te quede 
ni un centímetro de piel sin tinta. 

Nunca vas a leer ésto,
pero eres mi puto héroe.