Valencia,
una de las avenidas principales.
Trafico colapsado, atascos,
carreteras cortadas.
Estoy en una parada de autobús superpoblada
de gente esperando a autobuses
tan cargados que ni paran.
El conductor nos mira mientras pasa de largo.
Una hora y pico, allí.
Alrededor de 50 personas esperando.
Ya estaba tan desesperada que saco un cigarro.
Mi cara debe de ser un verdadero poema,
porque veo a un chico de mi edad a unos metros
que se ríe al verme encenderlo a resoplidos.
Se acerca decidido hacia mí,
pienso que va a pedirme un piti.
Pero no.
Me pregunta a dónde voy.
Mi mirada debe ser tan hostil y de desconcierto
que se apresura a decirme hacia dónde va él,
y me pregunta cuántos autobuses han pasado.
La desoladora respuesta es 5,
pero ninguno ha parado.
Le veo igual de hecho mierda que yo,
así que respondo a su pregunta,
le digo que voy en la misma dirección que él.
Me pregunta si quiero compartir un taxi.
Antes de darme cuenta,
estábamos gritando al rebaño
si alguien más quería compartir taxi.
Una chica, también de nuestra edad,
se abre paso entre la multitud
y los tres desconocidos paramos un taxi,
una calle más allá.
Juro por Cthulu que no sé cómo
hemos empezado a hablar
como si fuéramos amigos de toda la vida.
El taxista incluido, por supuesto.
La siguiente media hora ha sido
despotricando sin ningún tipo de filtro
y cagándonos en todo lo cagable
hasta los cojones de todo y todos.
Los cuatro.
No sé nada de ellos, ni conozco sus nombres.
Perfectos anónimos sin nada más en común
que un odio visceral y descomunal
saliendo de cada uno de nuestros poros
a borbotones y sin control.
Todos de acuerdo en el odio de todos,
odiando en la misma dirección y sin colores,
intensamente, casi fraternalmente.
Ha sido como un vínculo fugaz,
una conexión extraña.
El chico ni siquiera nos ha dejado pagar,
creo que necesitaba tanto desahogarse
y le ha sentado tan bien
que yo qué sé, no tengo ni idea.
Nos hemos despedido
y cada uno ha seguido su camino.
Ni siquiera había compartido taxi antes
con un desconocido.
No sé, ha sido... raro.
El odio une, supongo.
Autobuses que no paran y la gente se acumula en las paradas... también lo he vivido en huelgas encubiertas.
ResponderEliminarSi lo que deseé a esos conductores se ha cumplido habrán fallecido todos.
Aquí la plantilla de trabajadores de autobuses y metro son algo así como duques o marqueses... siempre están haciendo huelga y la mayoría son familiares enchufados.
Conocí a uno que se jactaba de que en el último servicio de la noche atajaba por una calle y se evitaba tener que ir a las dos o tres paradas últimas y dejaba colgados sin ningún problema de conciencia a los que en plena noche esperaban el último autobús en esas paradas.
En general yo los calificaría como una casta de sinvergüenzas privilegiados que machacan a los ciudadanos para seguir aumentando sus privilegios.
Odio es poco....
Bienvenido al despotricamiento general, me habría encantado escuchar tus argumentos en ese taxi xddd y si, estoy de acuerdo, son una puñetera mafia aquí, en Españazuela.
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