miércoles, 22 de enero de 2025

No me impresiona la desnudez,
estoy insensibilizada al respecto. 
Trabajo con la piel, y estoy acostumbrada 
a ver y tocar todo tipo de cuerpos desnudos. 
En la carrera ya tenía que pasar horas 
dibujando y pintando modelos en bolas.
Y después de tantos años, creo que no hay 
ni un sólo centímetro del cuerpo humano
que no conozca bien, en todas sus formas. 
No me afecta. 

Creo que es por eso que necesito algo más 
para sentirme excitada. 
Necesito una mente.
Una actitud. 
Un algo. 

Un cuerpo sólo es un cuerpo. 
Me da igual las horas que haya pasado en el gym.
Me da igual si tiene barriga. 
Me dan igual los lunares y las cicatrices,
o si es de hombre o de mujer. 

No suelo hablar de estas cosas, lo sé. 
Pero quizá sea necesario aclarar 
que soy bisexual, siempre lo he sido.
Juzgad, no me importa.
Tampoco seréis los primeros en hacerlo. 

Resulta algo irónico 
cuando soy alguien a quien,
por norma general,
no le gusta ni le interesa la gente.

No me va crear vínculos,
se me da mejor destruirlos. 

No obstante, 
resulta inevitable alcanzar cierta cercanía 
con clientes a los que tatúo desde hace años. 
Me aseguro de mantener siempre la distancia.
No son amigos, yo no tengo amigos. 
No me interesa. 
Pero después de pasar cientos de horas
con una persona semidesnuda en tus manos,
se genera cierta confianza irremediablemente.
A menudo más por su parte que por la mía. 

Cientos de horas de conversación,
en las que la otra persona se encuentra 
en una posición vulnerable frente a mí. 
Me hablan de sus vidas,
me cuentan sus problemas,
me piden consejo...
Me suplican piedad, a veces. 

Me enseñan lo rotos que estamos todos,
ofreciéndome en bandeja los pedazos
de sus corazones destrozados.
Contándome sus experiencias,
sus oscuros anhelos,
sus secretos.

A veces siento que soy 
algo así como una psicóloga de marca blanca,
que les tortura físicamente 
mientras alivia su dolor emocional. 

Ellos no me conocen, aunque creen hacerlo. 
Nadie me conoce realmente. 

No saben, por ejemplo, que soy,
para sorpresa de nadie,
una fanática del Dark Romance. 

Es por eso que, 
cuando uno de estos acérrimos clientes
me agarró del cuello con un gruñido gutural, 
desesperado por la agonía que estaba sintiendo 
mientras le tatuaba el pectoral sin piedad,
no se podía imaginar que se estaba colando
en mis fantasías más salvajes durante días. 

Lo hizo en broma, no apretó. 
Sólo estaba desesperado 
porque yo no paraba aunque él suplicase. 
Él se rió, yo me reí.
Los otros tatuadores del estudio se rieron. 
Tuve que parar.
No porque quisiera darle la pausa que imploraba, 
o porque su gesto me lo impidiese. 
Sino por la imperiosa necesidad que sentí 
de echarme agua fría en la cara. 

No me había dado cuenta 
de lo sexy que era su cuerpo
hasta aquel preciso momento.
A pesar de haberlo visto y tocado
desde hace años. 

No me había fijado
en lo atractivo que resultaba 
cada vez que se quitaba su camiseta negra
y la dejaba caer al suelo con desprecio.
O la forma en que su mandíbula se aprieta 
cada vez que comienzo a trazar una línea 
atravesando su piel, tan blanca y suave. 

Estoy bien jodida. 
Ahora me sudan las manos
cada vez que le veo entrar al estudio,
con el casco de su moto debajo del brazo
y esa media sonrisa de psicópata 
que parece decir que en realidad sabe 
lo que estoy pensando en ese momento.

Ahora soy yo la que se siente desnuda frente a él.
Me ha arrebatado el poder, el control, 
me hace vulnerable...
Y creo que lo sabe.

Mierda. 
Maldita mierda.
Lo odio.








2 comentarios:

escupe.