lunes, 6 de enero de 2025

Anoche soñé con el fin del mundo. 
En mi sueño había cinco lunas en el cielo
y la luz se comportaba de forma extraña. 

Todo el mundo estaba en la calle.
Todos tenían prisa 
por vivir en esa última noche 
todo lo que no vivieron 
en toda una vida.

La mayoría quería beber y follar,
algunos otros lloraban, 
o se encomendaban a algún dios.
Reinaba el clásico caos humano.

Pero yo,
simplemente estaba en mitad de la calle,
mirando el cielo fascinada,
preguntándome si acaso siempre hubo
cinco lunas ahí arriba,
solo que nunca había podido verlas.

[Ya sabes, la luz hace esas cosas...
Como dejarse curvar por la gravedad,
a pesar de que los fotones no tengan masa.]

Y en el sueño tenía sentido. 

Pero ahora miro al cielo,
y me parece una mierda. 
Aburrido.
Insípido. 
Vacío.

Como si me hubiesen robado cuatro lunas. 

Qué mierda de descenso a la locura. 
No es como lo imaginé. 

Preferiría dormir para siempre. 





jueves, 2 de enero de 2025

Conocí a Roman una noche, 
en la recóndita parada del metro 
donde se reúne sin querer 
el club de los perdedores.

Éramos los únicos en aquella estación,
esperando el último trayecto de un tren
que nunca llegaba. 

Cuando en los altavoces se escuchó 
aquella voz robótica que nos avisaba 
de que había un retraso en la línea, 
los dos suspiramos y agachamos la cabeza
al mismo tiempo, a unos metros de distancia. 

Fue cuando le miré. 
Llevaba tatuado el nihilismo en su cara,
y unas largas cicatrices de huída 
en su brazo izquierdo. 
No sé lo que vió él cuando me miró. 
Seguro que nada bueno. 

Pasé de él.
Saqué de mi mochila el paquete de tabaco
y busqué desesperadamente un mechero
que seguramente se estaba riendo de mí,
olvidado sobre el mostrador del estudio. 

Me rendí de intentar mantener 
un falso ideal de civismo,
y con una voz cortante le dije:

"Oye, tú."

Él alzó la vista de su móvil 
como si el peso de la mierda del mundo
le impidiese levantar la cabeza más.

"¿Tienes fuego?" 

Frunció el ceño.
No estoy segura de si lo hizo con desaprobación.

"Sí, sí...ya sé, no se puede fumar aquí...
Pero a quién cojones le importa."

Sacó con indiferencia un Zippo de su bolsillo 
y me lo lanzó como si no le importase
si lo agarraba al vuelo o si me sacaba un ojo. 

Encendí mi cigarro y me acerqué,
para devolverle el Zippo y ofrecerle,
con un gesto de desidia,
un cigarro a él también. 

Lo aceptó sin sucumbir 
a convencionalismos sociales como "gracias"
o nada parecido. 
Ahí supe que me caería bien.

Fumamos observando el vacío del túnel,
sin un ápice de esperanza 
en que ese largo día de mierda 
fuese a acabar mejor de lo que había sido. 

Y así fue como
ser cómplices de aquel pequeño delito
nos empujó a iniciar 
una de las mejores
y más extrañas
y más oscuras 
conversaciones que he tenido en mi vida.

Después de un rato,
hartos de esperar,
decidimos saltar las puertas del metro
y caminar por la fría noche juntos,
hasta nuestros inciertos destinos. 

Es el tipo de persona 
con la que disfruto consumir cafeína.
Creo que de un planeta similar al mío, 
en peligro de extinción...
o ya extinto.